Hay muchas cosas que me gustan de la vida y una de ellas es
el sol y el mar (juntos me gustan más).
Este martes me fui con los Paniagua (mi familia adoptiva
mexicana) al Puerto de Veracruz. Como les había contado en uno de mis primeros
post, esta ciudad me recordó un poco a Puerto la Cruz, toda vez que el calor es
igual de intenso. Para apaciguar ese calor, nos fuimos a comer unas nieves en
el malecón, pedí una de parchita y de guanábana, estaban deliciosas. El malecón esta lleno
de restaurantes, así como de vendedores que están al acecho de cualquier
turista mal parado, es requerida una tonelada de paciencia.
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Los Paniagua |
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Mi helado de guanábana y parchita |
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El malecón del Puerto de Veracruz |
Luego de haber calmado un poco el calor, decidimos emprender nuestro viaje para la localidad de Antigua, ya que acá se encuentra la casa de Hernán Cortés. Esta localidad es muy pequeña, apenas viven unas 900 personas pero aun guarda el recuerdo de hace 5 siglos cuando comenzó la gran aventura de Hernán Cortés.
la casa de Cortés parece salida de un cuento, puro realismo mágico, digno del Gabo, ya que fue construida con rocas de coral. Solo
traten de imaginarse como sacaron estos inmensos corales marinos y como
llegaron a formar parte de esta construcción. La casa, que ya parece una
ruina, esta llena de arboles (parecen
salidos de un cuento mágico) que han aprendido a vivir entrelazados en los
muros en donde alguna vez vivió Cortés, antes de emprender rumbo a Tenochtitlan, actual capital federal. No muy lejos, encontramos una enorme ceiba (es realmente hermosa) donde se dice que
Cortés amarro sus naves a la llegada a tierra firme.
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Ceiba |
En esta zona, se da una fruta tropical que se llama zapote (en Venezuela también existe), así que decidimos que no podíamos terminar la visita sin comernos “una fruta digna del paraíso” como la llama mi amiga Ale Paniagua. Esta fruta es realmente muy rica, es un coctel de frutas en un mordisco.
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Zapote |